Tan poco orgullosa de sí misma, la ciudad es como un loco que se araña la cara en una noche de verano. Si uno camina a lo largo de una calle ve cómo las casas hacen un esfuerzo por morirse, por envejecer rápidamente y cubrirse de polvo, por llenarse de arrugas y cantar canciones monótonas cuando sus habitantes miran un clásico de fútbol a todo volumen en la televisión. Y la ciudad se esfuerza por arrastrar sus niños al interior de sus escombros, la ciudad envuelve al tiempo en la ceguera de sus maldiciones mientras la gente ceba mate, ve el fútbol, come asado.